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El desmoronamiento del sistema y la angustia del Ser en tiempos del COVID-19

Actualizado: 11 jul 2020


Por Xiomara Bu


En pleno siglo XXI asistimos a contemplar y vivir en un mundo cuya construcción global fue edificada con pilares de rentabilidad y ganancia. El mundo ilimitado del progreso, ensueño de la modernidad baconiana, la usurpación de la naturaleza se fue vivificando desde la modernidad. El dominio se impuso, la conquista y la colonización puso sus normas, leyes, conductas, estratificaciones, jerarquías, sistemas económicos bajo su reino.


El capital consolidado en sistemas homogéneos con su séquito nos arrebató el mundo, su expansión estructuró la nueva naturaleza, hecha objeto, sin libertad aprisionando su destino natural, mercantilizando el aire, los ríos, la tierra y su expropiación. La naturaleza humana se objetualizó por su valía de acuerdo a su rentabilidad o no, a caracterizar a sus habitantes en superiores o inferiores, a reducir a la marginalidad y esclavitud a los y las más débiles, silenciar a las mujeres y las niñas privándolas de sus derechos y de la vida misma, a clasificar el prestigio racial o el exterminio, estigmatización y discriminación por raza, religión, identidad de género, orientación sexual e ideologías, a magnificar el poder de la raza suprema o su extinción, si son blancos, negros, mestizos, o amarillos, amos y esclavos, dominantes y dominados, con alma o sin alma, el mundo de los ricos y el de los pobres o indigentes, en sujetos con derechos o sin derechos, de sujetos objetos valiosos y desechos según las condenas moralistas, a confinar a las personas en mundos privados o públicos justificando la enajenación, la alienación, el destierro, exclusión y muerte. Se cosificaron los sentimientos nobles, reducida la angustia, los miedos a meras perturbaciones del sistema. El reino de la felicidad, pensamiento esperanzador de la mentalidad burguesa cartesiana, se esfumó en la Ilusión de los tiempos modernos.


El Patriarca subió al trono en todos los rincones, tomo sus vestiduras, tuvo mil rostros y dominó el mundo, justificó guerras, fortaleció la ciencia y celebró el éxito triunfal de la industria y la tecnología; se enamoró del dominio de ser el superhombre, invencible trascendental, eterno e infalible. Forjó su imagen plasmada en el circulante de la moneda. Acumuló riquezas, aseguró reservas monetarias en la bolsa de valores, pasó a vivenciar la ilusión de tenencia en tarjetas de crédito, acrecentó fortunas mediante la imposición de impuestos y aranceles y, en el mejor de los casos, embargos o adquisición ilegal de la riqueza.


El Patriarca y el Mercado tienen el mismo rostro: trascienden y configuran el entorno, abrazan la sobrevivencia del más fuerte: compiten, hacen guerras, provocan genocidios: con la religión justifican un reino eterno para quien muere. El sistema regula y mantiene su equilibrio. Para el sistema la moral no cuenta y mucho menos señala actos de corrupción. El mercado tiene sus propios correctivos, ¡hay que elogiar a Maquiavelo! El pacto social se estableció entre normas, ofertas y demandas, competencia y acumulación, transitó por modelos económicos, llegó al neoliberalismo, siguió explotando la naturaleza, el almacén abierto a su disposición, se olvidó de los límites, del agotamiento de recursos, matematizó el mundo, contabilizó la vida y afianzó la desigualdad para mantener la esclavitud de sus peones. Se olvidó de la existencia, esta se volvió un objeto más en la relación espacio- tiempo. Sus coordenadas dieron y dan cuenta de lo hechos en un aquí y ahora predecible. La visión de futuro se aniquiló, y así se entró al mundo de las redes e irrumpe el florecimiento imaginario del siglo XXI. La nueva caverna de los mejores tiempos, bienaventurados los que habitan en ella y han quedado ciegos y vacíos de humanidad.


Orwell anticipó la presencia del “ojo vigilante”, ahora el gran hombre virtual que ordena y ve las jugadas intachables del buen ajedrecista que no debe perder la partida. Que debe vigilar que los peones cumplan sus labores, que las voces disidentes se anulen, hay que expulsar a toda costa la entropía en el sistema. El Ojo del patriarca no tiene límites, ya lo dijo Foucault: “vigilar y castigar” fue el fundamento de los cautiverios y eso fue bien comprendido en el sistema del poderío. El Yo simbólico, su representación, su narcisismo se viriliza, premia, seduce o mata a sus adversarios, la desobediencia a sus reglas configura el escenario de diferentes facetas de la muerte.


La razón cuestionadora, el desacuerdo, la opción por recatar la vida, la exhortación por los derechos humanos, la dignificación de la vida humana, la inclusión de los excluidos y excluidas, el sentido de la justicia, el desenmascaramiento por develar las mentiras en el reino del patriarca, cruel tirano de la humanidad no tiene razón de ser, no hay cabida en el sistema. La habilidad del Patriarca sortea estrategias populistas, burla el hambre, la miseria, el desempleo, el futuro de la juventud, la igualdad entre los seres humanos suscribe convenios y muchas veces los ratifica, pero no los cumple. La ceremonia del Poder tiene su propio encanto.


La resistencia tiene sus logros, no con la prisa deseada. Sufre dolor, traición e impotencia; las mujeres logran espacios, aunque falte mucho por la igualdad deseada, los colectivos de personas de la diversidad sexual continúan sus luchas por el reconocimiento de sus derechos y así los grupos de población discriminados suman sus mejores esfuerzos por defenderse y posicionarse en el lugar que les corresponde, como iguales en sus diferencias. Han sufrido dolor, destierro exclusión y muerte. Pero el dolor que conduce a la muerte social se ha construido desde la discriminación.


La naturaleza paulatinamente nos pasa la factura, hoy el cambio climático. La naturaleza desenmascara la ficción donada y volvemos nuestra mirada a nuestra humanidad corpórea y espiritual (no necesariamente religiosa), nos revela que somos naturaleza, nos muestra nuestra propia finitud, desenmascara la fuerza del superhombre y su miedo a la muerte. La humanidad se ha venido enfrentando a diferentes pestes y ha sobrevivido, pero ha discriminado a las personas que tuvieron lepra, a las víctimas de la peste bubónica, a las que padecieron con el cólera y no digamos a las personas con tuberculosis o con la infección por VIH, donde hasta el lenguaje utilizado fue y sigue siendo cruel en algunos ámbitos. Y no digamos en el trato humano.


La discriminación construye sus propios subterfugios para justificarse mediante condenas moralistas: acusa la inmoralidad en las prácticas sexuales, el ir en contra de las sagradas escrituras donde se refuerza la heteronormatividad y la subordinación de la mujer, y con ello las desigualdades de género. El alza de la bandera contra la lucha de las feministas y los colectivos LGBTI, la negación del Estado Laico, la prohibición del aborto, la negación de los derechos humanos de los y las excluidas del modelo económico vigente.


Sorpresivamente la naturaleza pasa la factura y ese dominio pleno pretendidamente armónico empieza a desmoronarse y desbordarse sin reconocer las fronteras humanas, ni las diferencias étnicas, ni las desigualdades sociales. Pasamos de la ficción cinematográfica a la realidad cruel: hoy enfrentamos una nueva epidemia: la del COVID-19, y este diminuto y potente virus socava de raíz la hegemonía del sistema capitalista y nuestra propia existencia.


El ropaje del patriarca global y de sus subalternos/as queda al desnudo, ya no está sólido, nunca lo estuvo: el simbolismo del poder le dio vida. Nunca imaginamos tal fragilidad y la ubicación de todas y todos sujetos y sujetas de discriminación y estigmatización. La exposición es dolorosa y cruel, ahora tal vez se comprenderá el impacto de la discriminación hacia las personas con VIH, con discapacidades o con orientación sexual e identidad de género diferente a lo establecido.


Ahora se desnuda la miseria humana, surgen los miedos, no se capitalizan al menos en la ficción. Ya no justifica la discriminación por desconocimiento como nos lo han querido hacer saber para que no discriminemos a las personas con VIH, porque con la supuesta información de cómo se transmite la infección hemos logrado erradicar la discriminación, o al menos sensibilizar a la persona (triste ingenuidad momentánea colocar a la persona en los zapatos de la otra). En la instrumentalización de la razón se nos olvida que el ser humano no es sólo razón instrumental, hay que recordar al Filósofo Español Xavier Subire cuando evoca la razón sentiente, y esa razón ya tiempos quedó en el olvido, o bien cuando se castiga la razón crítica capaz de cuestionar verdades que se asumen con las absolutas y verdaderas, a manera dogmática.


La racionalidad configurada desde la educación bancaria, no liberadora, no llega a la fibra más fina del ser humano. Los miedos se han instalado ya tiempos, pero no se develan, se ignoran, aunque surge la sospecha de amenazas, pero son instantáneas y coyunturales. El miedo humano, el olvido de la propia mismidad, la ornamentación de la existencia, el vacío mismo, la soledad encubierta, el estrés, la depresión y el suicidio son señales de la decadencia de la existencia del ser humano.


La imaginación ha llevado al divertimiento, a través del mundo de la ficción: la robótica podría aliviar el trabajo humano, pero, a la vez, dejar sin empleo a un gran sector de la población (el aislamiento social ya ratos convive con el ser humano).


En el mundo de la cinematografía y los juegos virtuales en tercera dimensión se reproducen una gama de sentimientos y situaciones que pueden inmovilizar a la persona espectadora, o bien

desbordar el mundo de sentimientos ocultos si en ellas se reproduce el fin de la vida humana. La ficción también presenta sentimientos pretendidamente universales como son la solidaridad y sororidad, ambas del mundo del mercado y del patriarca, incapaces de su entendimiento. El desenmascaramiento del individualismo, del egoísmo de las poses y posturas de soberbia, más evidenciadas en la toma de decisiones de un partido de turno en el gobierno.


Ah, Hobbes tenía mucha razón al acuñar nuevamente la frase “el hombre es el lobo del hombre”. La infalibilidad del sistema en cuestionamiento, la falsa gobernanza y gobernabilidad solo colocada en un precepto constitucional, el bien común travestido en el bien individual y en el nepotismo. “No dejar a nadie atrás” en los nuevos objetivos del desarrollo sostenible, sin negar que es una buena intención, pero bajo el mundo de sombras de la caverna del siglo XXI, difícil de

alcanzar. Ahora la urgencia de sobrevivir a la epidemia con la incertidumbre de si el precepto darwiniano se cumple o no: “sálvese el más apto y aquella persona que pueda contar con el privilegio de la asistencia sanitaria”; inclusive esa hipotética realidad es incierta.


El COVID-19 puso la realidad de la existencia humana en su justo término… Y aun así hay resistencia a comprender las circunstancias que estamos viviendo. La insensibilidad humana sale de la caverna: cree que ha visto la luz de la sabiduría, no obstante, mira y se refugia en la estupidez, el valor del mercado le nubla, la insensibilidad humana está puesta a prueba, pero también hay inocencia e ingenuidad en un gran sector de la población que no goza de los privilegios del sistema, uno que se ha desbordado y en el que se ha agudizado la pobreza, y el hambre aflora… ¿Morir a causa del COVID-19 o morir de hambre?


EL COVID-19 nos coloca en la incertidumbre y a la vez en el desmoronamiento del sistema capitalista, inaugura la depresión económica en pleno Siglo XXI sin prever alternativas para su contención.

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