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La tierra prometida


Por: Tatiana Sánchez

* “Porque para cada uno la tierra prometida tiene muchas caras

y diferente forma, incluso la muerte.”


Don Nery llevaba 40 años de su vida como chofer de un autobús, pasó millones de veces por el mismo camino de 10 kilómetros que si quedaba ciego no sería la excusa para dejar de trabajar, pues conocía cada centímetro de la carretera y aún ciego podía transitarla.


Un día iba sin pasajeros a bordo, era la hora del descanso y mientras no pensaba en nada -pues la monotonía del trayecto no le motivaba a pensar algo-, comenzó a reflexionar de manera como si Dios juzgara sus obras, pensó en los 40 años recorriendo ese mismo camino y se sintió como el pueblo de Israel mientras daba vueltas en busca de la tierra prometida, excepto que él hace mucho tiempo no buscaba nada. Toda su vida transcurría en aquel enorme bus viejo y azul con franjas blancas, parecido a su bandera; en realidad había olvidado como vivir, pero pensó que era demasiado duro consigo mismo, así que le dio al autobús las razones por las cuales toda su vida giró en torno a él y dijo:


- 1. No hay trabajo, 2. Tengo que mantener a mi familia, 3. No puedo dejar de hacer esto, 4. No tiene sentido cambiar, ya estoy viejo y cansado, por lo menos aquí no me canso más y 5. ¿Quién le daría trabajo a un viejo que no sabe otra cosa que manejar este bus? -

Esas eran sus excusas o más bien sus argumentos. La verdad es que ya no necesitaba trabajar, gracias a él y a su esposa sus hijos eran profesionales y cada quien trabajaba, hasta los ayudaban a ellos, pero el temor a sentirse un inútil le carcomía el orgullo, ¿qué haría todo el día en su casa? Era una de las preguntas que constantemente se hacía.


Pasando el Robledal miró a un viejo encorvado y con un gran báculo como el de Moisés en su mano, esperaba a que alguien le hiciera corto el camino. Don Nery se detuvo y le permitió subir al autobús. Hablaron de muchas cosas en un mínimo lapso de 15 minutos. Hablaron de los políticos, de la vida tan dura, del combustible y del pasar de la vida; aquel señor parecía haber vivido milenios, pues todos sus comentarios, palabras y consejos parecían ser muy certeros, aunque don Nery iba en mucha conversación, no podía dejar de pensar en su vida como chofer e iba mirando sin mirar, todos los movimientos y maniobras eran ya mecánicas. Llegó la hora que aquél señor se bajara del autobús, antes de bajar lo miró a los ojos y le dijo:


-ya es hora.-


Don Nery asustado de la profundidad de estas palabras preguntó:


- ¿Ya es hora de qué?

El viejo le sonrió dulcemente y contestó:

- Hora de llegar a tu tierra prometida-


Toda su piel se puso chinita y un estado de euforia se apoderó de él, se perdió en sus pensamientos por un minuto; orilló el autobús, descansó su cabeza sobre el volante, la respiración se le cortaba y un calor arrasador entró por sus pies; sonrió tan satisfecho pues había tomado la decisión más impresionante de su trabajo: salirse de la ruta.


Para muchos de ustedes esto pude ser insignificante, pero para alguien que ha trabajado toda su vida en el mismo camino era una idea descabellada. Aceleró a todo lo que daba el viejo autobús repitiendo – ¡ya llegué a mi tierra prometida, ya llegué a mi tierra prometida, no lo puedo creer por fin llegué a mi tierra prometida!- y con toda la convicción del mundo se dirigió derechito al precipicio.




Huevos estrellados: el calentamiento no es un cuento.


“Cómo sufre la pobrecita tierra, en sus entrañas arde el fuego que ya no puede contener


tan fácilmente.”


Cómo arde el asfalto, kilómetros y kilómetros casi interminables de asfalto gris, retorcido, reflejante. Mientras se camina por Tegucigalpa arden los pies, están muy calientes, sudorosos; casi se anda de a brincos, ya no caminas. Yendo por el Guanacaste, sólo los recuerdos quedan de aquellos frondosos árboles que se imponían como un mágico túnel verde y refrescante, como dándote la bienvenida al casco histórico, pero eso junto con la gloria de la ciudad pasaron a los anales de la historia. La grasa de los alimentos ya impregnados en nuestro asqueroso cuerpo destila a chorros en el rostro; nos fatiga, impide que levantemos la mirada y hace ver el punto de llegada como inalcanzable, infinito. Un perro vagabundo está apunto de desvanecer, yo lo entiendo, sufre de calor; sus patas están resquebrajadas a causa del asfalto caliente en el que ya se le hace doloroso caminar, su lengua es kilométrica, anda en busca de un poco de agua, pero para él ni esto hay.


-¡agua, agua heladita, agua, agua, agua en bolsa, lleve agua, agua helada, agua…!- van los vendedores ofreciendo por la calle, con su mirada cansada ycon las bolsas que lucen algo misteriosas. Con la inversión de sólo 2 lempiras se resuelve el asunto del calor; con 16 compras una coca- cola -¡idiotas, el calor no es algo momentáneo! Yo, deliro dentro de este horno detaxi, el calor junto con elreguetón no me dejan pensar bien, - ¡… ella borró casete… que no se acuerda de esa noche…!. ¡¿Papi te gustan las chapas que vibran?, te gusta, que vibren!-. El conductor parece tener problemas de audición; con elvolumen de la radio, la unidad es una discoteca (cuna del perreo) andante. Los demás pasajeros se sienten a tono con las poéticasy denigrantes canciones, eso (sin duda alguna) ayuda a segregar más sudor y libido. Del cuerpo emana un líquido espeso y pegajoso, al contacto con la otra personaes inevitableque haya una fusión, ni ella ni yo podríamos separarnos, este líquido en todo el cuerpo se traspasa del pantalón y en este espacio reducido somos un símil perfecto de longanizas abstractas. Es irritante.


El sol ni de broma mengua, se haapoderado en su totalidad del cielo que está despejado como lienzo listo para usar; ahora, bajo este vidrio roto nos vemos de frente, es sentirse como las hormigas que tratabas de incendiar con una lupa cuando eras niño; ahora ya no me parece divertido. El enorme ojoroji-naranjanos penetra desde el cielo por todos lados, como escudriñando en lo más profundo de nuestro ser y nos castiga con su furia infernal que se siente en la piel; falta una sombra que cobije, falta saliva en los labios, falta conciencia en la gente.El regreso a casa se vuelve utópico. Somos una sociedad de huevos estrellados, todos fatigados, malhumorados, brillosos, acalorados: El asfalto es un sarténgigante que arde, arde,arde, siempre está encendido,la manteca ya está en nuestro cuerpo y nosotros somos los cabezas de huevo.

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