Huevos estrellados: el calentamiento no es un cuento.
- Ecos
- 11 ago 2020
- 2 Min. de lectura

Por: Tatiana Sánchez
“Cómo sufre la pobrecita tierra, en sus entrañas arde el fuego que ya no puede contener tan fácilmente.”
Cómo arde el asfalto, kilómetros y kilómetros casi interminables de asfalto gris, retorcido, reflejante. Mientras se camina por Tegucigalpa arden los pies, están muy calientes, sudorosos; casi se anda de a brincos, ya no se camina. Yendo por el Guanacaste, sólo recuerdos quedan de aquellos frondosos árboles que se imponían como un mágico túnel verde y refrescante, como dándote la bienvenida al casco histórico, pero eso junto con la gloria de la ciudad pasaron a los anales de la historia.
La grasa de los alimentos ya impregnados en nuestro asqueroso cuerpo destila a chorros en el rostro; nos fatiga, impide que levantemos la mirada y hace ver el punto de llegada como inalcanzable, infinito. Un perro vagabundo está apunto de desvanecer, yo lo entiendo, sufre de calor; sus patas están resquebrajadas a causa del asfalto caliente en el que ya se le hace doloroso caminar, su lengua es kilométrica, anda en busca de un poco de agua, pero para él ni esto hay.
- ¡agua, agua heladita, agua, agua, agua en bolsa, lleve agua, agua helada, agua…! - van los vendedores ofreciendo por la calle, con su mirada cansada y con las bolsas que lucen algo misteriosas. Con la inversión de sólo 2 lempiras se resuelve el asunto del calor; con 16 compras una coca- cola y con 25 una caguama - ¡idiotas, el cambio climático no es algo momentáneo! –
Yo, deliro dentro de este horno de taxi, el calor junto con el reguetón no me deja pensar bien - ¡ella borró casete… que no se acuerda de esa noche…! ¡¿Papi te gustan las chapas que vibran?, ¡te gusta, que vibren! - y otra sarta de incoherencias léxicas y gramaticales. El conductor parece tener problemas de audición; con el volumen de la radio, la unidad es una discoteca -cuna del perreo intenso- andante. Los demás pasajeros se sienten a tono con las in-poéticas y denigrantes canciones, eso -sin duda alguna- ayuda a segregar más sudor y libido. Del cuerpo emana un líquido espeso y pegajoso, al contacto con la otra persona es inevitable que haya una fusión, ni ella ni yo podríamos separarnos, este líquido se traspasa del pantalón y en este espacio reducido somos un símil perfecto de longanizas abstractas. El regreso a casa se vuelve caótico, irritante.
El sol ni de broma mengua, se ha apoderado en su totalidad del cielo que está despejado como lienzo listo para usar; ahora, bajo este vidrio roto nos vemos de frente, es sentirse como las hormigas que tratabas de incendiar con una lupa cuando eras niño; ahora ya no me parece divertido.
El enorme ojo roji-naranja nos penetra desde el cielo por todos lados, como escudriñando en lo más profundo de nuestro ser y nos castiga con su furia infernal, lo sentimos en nuestra piel; falta una sombra que cobije, falta saliva en los labios, falta conciencia en la gente.
Somos una sociedad de huevos estrellados, todos estamos fatigados, malhumorados, brillosos, acalorados; el asfalto es un sartén gigante que arde, arde, arde, siempre está encendido, la manteca ya está en nuestro cuerpo y nosotros somos los cabezas de huevo.
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