Por: Elvia Villarreal De León
El hombre que tanto admiro es un ser muy especial, siempre que lo miro dudo que sea real. Es muy sabio e inteligente, es cortés con toda la gente, es toda una monería si hablamos de tonterías.
Es suave cómo la brisa, un dulce cuando ama sin prisa, siempre me besa despacio, aunque su cuerpo se ponga reacio. El tiempo con él no pasa, todo detiene su marcha y sabe cómo gritar cuando en silencio está.
El tiene la llave de mis sentidos, sabe encenderme en el momento preciso, no hallo aún la explicación, un beso, un roce y prende mi pasión. Pero eso no es lo increíble, cualquiera hace eso posible, lo que me hace en la piel sentir a mi alma lo puede transmitir.
Puede ser un gatito en nuestro lecho, puede ser un tigre saltando del techo, me brinda su alma y corazón, cuando me da su cuerpo y su pasión. Hace mi cuerpo vibrar, enseñó a mi alma a volar, a unir nuestro corazón, a amar sin condición.
Me enseñó a amar sin vacilar con ese amor que te hace titilar, esa bella sensación de un gran brillo en tu corazón. El hombre qué tanto admiro es sólo mío, porque dentro de su libertad hizo este amor una realidad, él eligió su amor recibir y dar, cada vez que lo miro, sólo puedo ver al hombre que tanto admiro...
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