Por: Elvia Villarreal De León
Aquí sentada mirando a la nada, tomando café, besando la taza, recordé a aquella mujer enamorada que durante un tiempo se sintió triste, sola y traicionada. Aquella a la que le prometieron el mundo entero, aquella a la que le juraron amor eterno, aquella que creyó que él era aquel príncipe adorado que tanto había esperado.
Tal vez ese hombre fue sólo recreado, un invento fabricado en un monitor y un teclado, más fue un reflejo de lo que ella tanto había deseado, que ciega y enamorada a través de una pantalla lo estuvo amando, hasta que con el paso del tiempo se dio cuenta que el amor no debe doler, que duele más el no querer entender que no puedes perder lo que en realidad nunca has podido tener. Ese sueño ideal ya no lo sentía cómo algo real, si acaso él realmente existía, pesó mucho más la lejanía, el trabajo de él, la cultura, la distancia o yo que sé, hizo que perdiera en él la fe.
Y se quedó sola, con el alma rota, el corazón quebrado, sus sueños en mil pedazos, se había resignado a que sola se iba a quedar y cuando pensaba haber aceptado esa triste realidad, llegó ese ángel celestial. El apareció de la nada, regalando a su espíritu la calma, le brindó ese algo especial, ese amor que nunca pensó volver a encontrar. Esto ocurrió en verdad, fue mi realidad, aprendí lo que es querer primero a una fantasía, un ideal, pero ahora adoro al hombre qué tengo junto a mi, a un ángel completamente real.
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